"Porque este es el mensaje que habéis oÃdo desde el principio: Que nos amemos unos a otros. 12 No como CaÃn, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas. 13 Hermanos mÃos, no os extrañéis si el mundo os aborrece. 14 Nosotros sabemos qué hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. 15 Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. 16 En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. 17 Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? 18 Hijitos mÃos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad." 1 Juan 3:11-18
Regularmente, es fácil encontrarnos hoy en dÃa con diferentes percepciones de lo que la verdad puede significar, debido al corazón caÃdo del hombre, es correcto decir que cada intención que este mismo posea por querer definir la verdad siempre será de manera natural, como lo expresarÃa Pablo en su primera carta a los corintios capÃtulo 3, donde el hombre natural o animal, no es capaz de poder discernir o entender las realidades espirituales.
Debido a esta falta de habilidad y capacidad original en el hombre de poder entender la verdad o tan siquiera conocerla, el resultado de tal búsqueda siempre terminará recayendo en una completa, descarada, burlesca y blasfema idolatrÃa.
Nosotros sabemos no por nuestra propia competencia, como Pablo mismo nos dirÃa en su segunda carta a los Corintios, capÃtulo 3, nosotros no llegamos a la verdad y mucho menos a poder explicarle a otros esta verdad, por un mérito propio de superación o elevación trascendental mÃstica o espiritual.
Cristo nos en una de sus enseñanzas cotidianas durante su ministerio terrenal, antes de llegar a la muerte en el monte Carmelo, donde serÃa crucificado en lugar nuestro a favor de nosotros, como propiciación de nuestros pecados, esto simbolizando lo que Dios ya habÃa ordenado desde el Éxodo, que sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados; Cristo nos enseñó la perfecta comunión de Dios en sà mismo, como la Aseidad de Dios.
Dios vive siempre en completa satisfacción, plenitud, conocimiento de sà mismo, no necesita de nada externo a Él mismo para ser completo, de otra manera Dios no podrÃa ser Dios, pues serÃa necesitado de algo, pero Pablo nos enseñó en su carta al Romanos capÃtulo 11, versÃculo 36, que ninguno de nosotros ha podido, puede o podrá darle algo a Dios, porque como bien sabemos, desde los labios del salmista, en su salmo 24, de Dios es la tierra y su plenitud.
Por lo tanto, para poder obtener vida eterna, hay que conocer al Padre, pero ninguno conoce al Padre, sino solamente el Hijo, por lo tanto, hay que conocer al Hijo, pero ninguno conoce al Hijo, sino solo el Padre, ¿Qué haremos para poder introducirnos en esa perfecta y cerrada comunión? Nada, a no ser que uno de ellos quiere revelarse, como fue el caso, Cristo revelo al Padre, pues los dos son uno, aunque individualmente son dos personas distintas, son iguales en existencia, esencia y naturaleza.
Cristo es la verdad de Dios, es el verbo de Dios, y en su hecho de revelarse, dejando su trono de gloria para venir a redimir a pecadores que no lo recibieron como quien es, digno de toda la alabanza de la creación, sino que lo crucificamos, su amor infinito e incomprensible fue lo que ahora nos humilla, al verlo colgado en el madero y aun asà pidiendo misericordia para nosotros que no sabÃamos lo que hacÃamos.
Hermanos mÃos, nuestro pasaje del dÃa de hoy, nos quiere hablar acerca de hermanos dentro de la Iglesia que buscaban un conocimiento más allá del Evangelio, querÃan avanzar en una relación más espiritual, y la mediocridad en el entendimiento de los hombres y mujeres del vulgo de la congregación era un obstáculo para poder trascender a un conocimiento superior.
Amaban más el conocimiento que a los hermanos. Y Juan añade la ilustración de CaÃn y Abel, pues puede ser que alguno haya alguna vez escuchado esta historia en escuela dominical de niño, y recordar que representaban la ofrenda de CaÃn con frutas y verduras echadas a perder, pero no es asà lo que nos cuenta la Escritura, sino que CaÃn ofreció lo mejor de la tierra, el problema radica en que: No era lo que Dios querÃa y pedÃa, ni era con el propósito de un arrepentimiento genuino.
CaÃn pudo ofrecer lo mejor de la tierra, pero Dios habÃa establecido que la forma de acercarse a Él y no morir, era por medio de un sacrificio, esto lo notamos cuando cubre a Adán y a Evan con pieles de un animal; De la misma manera, alguien puede dentro de la Iglesia dedicar su vida entera a estudiar teologÃa, y ofrecer lo que para él significa lo mejor, pero sigue siendo lo mejor de la tierra, no divino, no estar agradando a Dios; Como el caso de Abel, no hay que acercarnos a Dios con lo mejor de la tierra, sino con lo que él ya ha provisto, ese sacrificio, quien es Cristo.
Hermanos, todo aquel que confiesa haber entendido el sacrificio de Cristo, y creÃdo en Él, esto se manifestara no solo en un cambio de estado legal, donde ahora somos justos ante Dios, un cambio de posición ante Dios, donde ahora la sangre de Cristo nos lava de todo pecado y somos llamados santos, sino que involucra toda nuestra vida aquà en la tierra, un cambio radical de corazón, en donde ahora somos nuevas criaturas.
Cristo vino a este mundo por amor, murió por amor, intercede por nosotros por amor, y volverá a juzgar a todas las naciones, vivos y muertos por amor a su Iglesia, y su propia gloria, es debido a eso que su amor nos constriñe, porque hemos recibido tanto amor, tan gracia sobreabundante en medio del mar de nuestros más profundos y ennegrecidos pecados, que ahora ya no somos capaces de vernos a nosotros mismos como superiores sino como realmente somos, como pecadores.
Por lo tanto, la evidencia externa con la cual podemos saber si realmente hemos nacido de nuevo, es por medio del amor dado a los hermanos, no un amor fingido y que sea gravoso, apesadumbrado, o fatigador, sino un amor sincero, entregado y sacrificial.
Debido a eso, todo aquel que aborrezca al cuerpo de Cristo, se considera un homicida, pues la Ley ciertamente dice: "No matarás", pero Cristo dijo: "Cualquiera que aborreciere, ya ha cometido tal acto en su corazón"; Hermanos mÃos, cuiden su corazón, de no aborrecer a los hermanos, pues ¿Si Cristo pudo amarte a pesar de lo que eras, como puedes tu no perdonar y tener comunión con tu hermano?
El aborrecer a los hermanos, muestra orgullo, presunción, altivez y un grado de creerse superior en dignidad a Cristo, pues si él siendo Dios se humilló, y tu una simple criatura, dices tener dignidad y no dejarte humillar, blasfemas al pensar que debes ser tratado mejor tú, que tu propio maestro.
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